Estábamos hace unos días tomando unos vinos (uno cada uno, que se acerca una crisis apocalíptica y hay que tentarse la ropa antes de incurrir en gastos suntuarios), cuando tuvimos ocasión de escuchar a un cliente que por ahí andaba contar un "chiste" al camarero. El chiste comenzaba así: “Están un gitano, un moro y un español...”. No voy a repetirlo, pero ya se puede adivinar que es racista, xenófobo e intensamente nacionalista y que el “español” (o ejpañol) es el que sale bien parado gracias a su superior inteligencia y hombría (acepción testicular).

Ese discurso asume que el diferente no forma parte de la comunidad política (la de los ejpañoles), dando por hecho, además, que son inferiores. Por exclusión, se termina en una definición racial de la nación. Se ve que la “fiesta de la raza”, mixtura de celebración de un genocidio y apoteosis mariana, terminó calando.

Sin embargo, lo más llamativo de todo es que el espécimen que con tanta arrogancia y desprecio hablaba y ridiculizaba al diferente exhibía como único rasgo aproximadamente humano el ser bípedo…