A veces, sonreímos socarronamente cuando vemos a esas cuadrillas de personas jubiladas observando con atención las obras de la ciudad y las nuevas construcciones. Somos tan prepotentes que olvidamos que ellos y ellas, con su esfuerzo hicieron posible todo de lo que hoy disfrutamos. Toneladas de ingenio y profesionalidad fueron sembrando a lo largo de su vida profesional, su experiencia es un grado y no se debe despreciar.

Hace un par de días, en el “paseo Valencia” me acerqué a curiosear una de las nuevas marquesinas y me encontré con tres personas mayores que la estaban inspeccionando de cavo a rabo. Yo permanecía allí, como quien espera a la “villavesa”, entonces, uno de ellos dijo: “No creo que haya que ir a Nueva York para aprender ha hacer cobertizos” a lo que le replicó un compañero: “Si tendrían que viajar con su dinero…”. Los tres coincidían en que las actuales marquesinas están en perfectas condiciones, son bonitas y acordes con el paisaje, además de ser fuertes, baratas en su mantenimiento y adaptables a cualquier innovación sin grandes inversiones, ya que son modulares. Ninguno de ellos comprendía por qué despilfarrar del tal modo el dinero del contribuyente. Otro colega, estaba convencido de que estos cambios solo responden a un interés por el aumento de publicidad urbana, y aseguraba que muy pronto veremos pantallas de TV en las paradas fastidiándonos con sus anuncios. El tercero – antiguo metalúrgico – dijo: “El inoxidable es más caro y difícil de mantener, es un material muy débil y al final acaba oxidándose”. Se acerco un señor con pintas de haber sido funcionario y comentó: “Más le valía aumentar el servicio a lugares donde no llega el autobús, o aumentar el número de vehículos”.

De pronto, me miraron como pidiéndome que me posicionase, no tuve más remedio que asentir con la cabeza y reconocer que su sabiduría era indiscutible, mientras tanto pensaba para mis adentros, ¿Quiénes se beneficiaran con estos gastos innecesarios?